domingo, 14 de agosto de 2011

La vie


He aprendido, del muy nombrado destino no soy amigo, no sé si existe o tiene un problema conmigo. Lo he comprobado, supongo. Luego de muchas lágrimas, luego de presenciar con incertidumbre un desfile sin fin de vestidos negros y las batas blancas, había perdido la fe en las acciones. Ya no me quedaban sonrisas de repuesto, ya no me han de curar los abrazos con esperanza y aliento. Después de tanto luchar, de tanto apretar los dientes, de perseguir un sueño, quizás descubrimos que el esfuerzo no es suficiente y que la vida se vuelve inalcanzable. Es triste, ¿verdad? Ver como la tirana realidad va rompiendo los cristales a nuestro alrededor sin poder hacer absolutamente nada. Nuestro mundo se viene abajo, ya ni el aliento, ni los abrazos, ni las sonrisas nos pueden quitar esa tiesa mueca de dolor.

Se nos va el sueño, el hambre, las ganas de reír, las ganas de ser un poco más. Imponemos nuestra vista más allá, en el infinito, para retrucarle a la vida lo mal que nos va. Y por dentro sólo nos queda un vacío enorme. No se esperaba más, lo que nos ha de contentar ya no existe, ha desaparecido sin chistar. Ese estado de inmovilidad conjunta entre la conciencia y el corazón hace que se nos apague la vida. In-gravedad, desconexión, el ánimo ya no es compañero y la realidad no tiene solución. Los dichos enloquecen y mis oídos se cierran. Me han artado la paciencia las frases de ayuda y la palmada desinteresada en mi espalda, no necesito más. Sigo buscando mi verdad, aunque sé, al encontrarla voy a renegar. Los días me otorgan más del pensamiento que quiero pensar, y me inundan de preguntas que no sé si la vida me va a contestar. Desesperación, toca mi puerta.
Es triste en verdad, pocos han podido salir de este pozo de inestabilidad, otro poco quiere ayudar, pero cómo dice Arjona “aquí no es bueno el que ayuda, sino el que no jode”. Creo, dice la verdad.


Juanba Martinez Rios




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