jueves, 14 de julio de 2011

Sirena




Apoyó la caracola en la arena y allí se quedó, contemplando el horizonte, pensando, sintiendo como nunca antes. Su corazón latía acelerado, golpeaba violentamente su interior. Notaba ese molesto nudo en el estómago que llevaba días recordándole momentos parecidos, aquellos en los cuales su entendimiento asemejaba una crisálida inconciente que bailaba sin cesar. No pudo evitar sonreír al recordar, extrañando situaciones extrañas. Es más, si se concentraba, aún escuchaba hablar a aquella misteriosa sirena que le costó su suerte. Todavía era demasiado pronto para lograr interpretar muchos de sus infortunios. Desde luego, no iba a ser tan porfiado como la última vez, cuando se embarcó en un estúpido viaje que acabó en un desdichado naufragio y sin playa donde resguardarse; Raro, pero era una especie de nuevo comienzo.
Había pasado mucho tiempo a la deriva, aferrándose al mismo bote que le partió en dos su alma al desistir en el mar, y por fin, se había decidido a soltarlo para empezar a nadar. Ahora, se paseaba perdido por su solitaria playa, escuchando una voz cuando acercaba la caracola a su oído, pero no iba a caer de nuevo bajo los encantos de aquella malévola sirena. Ya no más. Prefería ir sin atajo y con cuidado. Esta vez no quería una barquita engarzada con troncos, sino, un barco grande de la mejor madera que pudiese encontrar. Le llevaría tiempo, pero navegaría seguro. Con esa idea se quedó dormido, al abrigo de su soledad y con la caracola cerca para tener al alcance el susurro más bello y perverso que jamás ha escuchado.


Juanba Martinez Rios




Minne


Quiero estar ciego ante lo que las lágrimas muestran de mí, ignoro lo que mi colérico ahogo grita. Ignoré tanto que ya no veo la dirección a la cual me dirigía. Porque no sé lo que conozco y no conozco lo que soy. He de suponer, un mal contemporáneo que me acalla. Y creo, no soy más nada que la nada, que esperando el tiempo que nunca llega se coordina de la forma más descoordinada al negro interior que contaminante me encarna. A ese interior que retruca, yo reclamo ¡Alguien respóndame! ¿Quién soy, por qué mis ojos todavía siguen vidriosos? Aún espero ese llamado que nunca ha de llegar, imaginando, que lo peor que ha apretado violentamente a este corazón no ha pasado. La aspiración después de todos estos años ha jodido mi mente. Mi vida, su vida, ha sido y es pura pantomima.
De todas maneras sé, de lo poco que el impulso me deja conocer, la respuesta siempre estuvo delante de mi. Es demasiado duro, se piensa libre y como una flecha envenenada al mismo tiempo. Al fin y al cabo siempre son extrañas estas repeticiones, siempre tan descontroladas, tan macabras. Dejan que la última imagen sea la peor y que se mantenga en la memoria. Y supongo, tendré que seguir el lamento en lenguaje de absurda felicidad, seguir en forma de enigma ante los ojos pasajeros. Solo espero encontrar sus palabras en el viento, como la lírica más hermosa que jamás he de escuchar. Ahora, ya no llueven mis ojos.
Lo siento, no puedo decir más.


Juanba Martinez Rios