domingo, 14 de agosto de 2011

Caminos




Estoy seguro, te quería aún antes de haberte conocido. Habitabas en un cálido y escondido rincón de mi mente esperando ese momento que te has ganado desde que tengo noción, respetando un espacio que aún no te correspondía pero que sería tuyo tarde o temprano. Lo sabías, estoy seguro.
Sabías que me cansaría de estrellarme una y otra vez en muros ajenos, y que cuando tuviese que parar a respirar estarías preparada para susurrarme al oído. No te equivocabas. Todo aquello que encontré en otras mujeres, otros cuerpos que deseé, los labios que besé, los corazones que se rompieron a mi paso, las veces que me lo han arrancado a mí, no fueron más que caminos que tuve que recorrer hasta encontrarme contigo.
Creo que me has querido aún antes de conocerme. Estaba justo allí, donde los latidos de tu maltratado corazón se hacían más y más fuertes, quizás por eso no podías escucharme. Estaba parado ahí, delante de tu mirada cansada de esa agua salada que no paraba de derramarse, quizás por eso no podías verme. Me mantuve junto a ti, intentado sujetar tu mano nerviosa, quizás por eso no podía alcanzarla. Quizás, todo aquello  que no encontraste en otros hombres, todas las noches contra la almohada mojada por tus llantos, todas las manos que te han dibujado la piel y luego, han de romperte el corazón, no fueron sino caminos que recorrer hasta encontrarme.
No quiero confundirte, no quiero ser lo mejor que te ha pasado hasta ahora, sólo quiero ser todo aquello que te pase de ahora en adelante.


Juanba Martinez Rios




La vie


He aprendido, del muy nombrado destino no soy amigo, no sé si existe o tiene un problema conmigo. Lo he comprobado, supongo. Luego de muchas lágrimas, luego de presenciar con incertidumbre un desfile sin fin de vestidos negros y las batas blancas, había perdido la fe en las acciones. Ya no me quedaban sonrisas de repuesto, ya no me han de curar los abrazos con esperanza y aliento. Después de tanto luchar, de tanto apretar los dientes, de perseguir un sueño, quizás descubrimos que el esfuerzo no es suficiente y que la vida se vuelve inalcanzable. Es triste, ¿verdad? Ver como la tirana realidad va rompiendo los cristales a nuestro alrededor sin poder hacer absolutamente nada. Nuestro mundo se viene abajo, ya ni el aliento, ni los abrazos, ni las sonrisas nos pueden quitar esa tiesa mueca de dolor.

Se nos va el sueño, el hambre, las ganas de reír, las ganas de ser un poco más. Imponemos nuestra vista más allá, en el infinito, para retrucarle a la vida lo mal que nos va. Y por dentro sólo nos queda un vacío enorme. No se esperaba más, lo que nos ha de contentar ya no existe, ha desaparecido sin chistar. Ese estado de inmovilidad conjunta entre la conciencia y el corazón hace que se nos apague la vida. In-gravedad, desconexión, el ánimo ya no es compañero y la realidad no tiene solución. Los dichos enloquecen y mis oídos se cierran. Me han artado la paciencia las frases de ayuda y la palmada desinteresada en mi espalda, no necesito más. Sigo buscando mi verdad, aunque sé, al encontrarla voy a renegar. Los días me otorgan más del pensamiento que quiero pensar, y me inundan de preguntas que no sé si la vida me va a contestar. Desesperación, toca mi puerta.
Es triste en verdad, pocos han podido salir de este pozo de inestabilidad, otro poco quiere ayudar, pero cómo dice Arjona “aquí no es bueno el que ayuda, sino el que no jode”. Creo, dice la verdad.


Juanba Martinez Rios




Dejando penas en el camino


Caminando va, en un ritmo continuo para disipar las sombras en la marcha. Sombras que se desvanecen como sendero de playa, borrado por las calmadas olas cargadas de un silencio que inquieta. De cuando en cuando, las olas traen un nuevo frescor reflectivo, pero quizás eso no baste.
Luces que encandilan van y vienen, simulan cuerdas que sujetan la nada misma. Hace recordar con pena la vida efímera que ha llevado, el viento ya no le seduce la piel, que ya no acaricia su pelo al caminar. Aguanta sin remedio sus ojos que le rezongan, le reclaman revancha y venganza, como si no hubiese sido suficiente la lucha hasta ese momento. Realmente no le importa demasiado, él es perseverante. Alza la vista con un esfuerzo casi sobrehumano, se nota en su gesto la pesadez de su momento. Mirando el horizonte se queda, siente que toca el cielo con la mirada y con fuerza libera un grito que significó prácticamente toda su vida. Acompañando a ese grito, libera un leve soplido singular que usó para mover las estrellas e invitar a la luna a descansar con sosiego en la noche. Gotas de hierro frío caen desde la luna, acompañando la mágica melodía que el silencio regala. Las notas en perfecta armonía, los astros juguetones predicen junto con el río de agua cristal que, al menos por ahora, nada puede empeorar. Esboza unas sonrisas mientras se recuesta en el césped, sus manos al hacer contacto con el suelo se vuelven raíces. Por primera vez siente que es parte de algo, sin incomodidad, sin presiones y por decisión propia. Las voces que ha silenciado por tanto, por miedo, han de ser escuchadas de nuevo. Ahora, después de tanto tiempo, nuevamente es parte del mundo.
El eco le canta gustoso y danza verdades tachadas. Solía estar bajo el control de su rencor, de su dolor. Fue una marioneta de sus malos hábitos, fue el payaso de la lágrima pintada bajo la piel. Las mariposas vuelan, en su enredado aleteo van perdiendo las alas y mimetizan con las estrellas, ayudan a desalojar las sombras del golpeado cuerpo. Una por una van saliendo a través su pecho, se pierden en el sendero florido con rapidez, sus raíces van levantando el suelo y vuelven a formar sus manos. Una vez purificado su interior, saca de su bolsillo un reloj de arena. Su más preciado bien, dueño de su tiempo, el mismo que se desgasta con más rapidez que un helado otoño. Marca el ritmo de su vida, y poco a poco van cayendo los granos de arena, marcando un nuevo y mejor comienzo.
Levanta con celeridad su cuerpo, ahora más liviano, pues ha limpiado su interior. Las penurias que ha conjugado de todas las maneras habidas y por haber, ya no pesan. En limpio sendero camina, se hace cómodo a la vista para él, el saber que ya no huye de sus recuerdos. De si mismo. El polvo vuela tras sus pies, pues lleva un paso parejo y enérgico. Desea llegar a donde lo lleve el sendero, no sabe qué le depara el caminar, sólo sabe que a algún lugar llegará.
Puede ser el relato de un hombre malo que decidió ser bueno, o un buen hombre que no supo elegir bien. De cualquier modo, con seguridad se puede decir que su camino no ha terminado. Él aún sigue caminando, formulando frases sueltas a modo de una difusa poesía sólo para continuar en algún momento esta narración. O quizás, solamente para vivir.


Juanba Martinez Rios